Pasé el martes pensando que era jueves

El autor rodeado de libros

intuye un significado mágico en sus palabras.

Una iluminación tenue y casi falsa

que aporta el deseo de significados distintos.

Escucho murmullos de personas normales,

hablando de problemas que yo no podría tener.

Es el pasar estruendoso de un río que no conozco, y observo

el esfuerzo de aquél que deambula por la calle, me mira

y cree reconocer en mí a alguien. La inocencia,

de otro que compra un pan para su merienda,

o mira desde el balcón los corrillos alegres de los perros en la calle.

Cruzo con ojos cerrados sin entender el sentido del tráfico.

Absorto, escucho los días y los clasifico

escondido a plena vista.

Pasé el martes pensando que era jueves,

cambié el lunes por sábado.

Hoy ha llovido y lloverá también mañana.

Pequeño océano de detalles.

 

Buñuelos de viento

Esta mañana entro en una cafetería, justo cuando la lluvia comienza a arreciar. Pido un café con leche y unas tostadas y leo tranquilamente mientras aguardo el desayuno. Un matrimonio de personas muy mayores ocupan la mesa de al lado. Están terminando sus cafés y escuchando el ruido de la lluvia. A la señora se le ilumina el rostro y pronuncia en voz alta «¡Buñuelos!», tras lo cual se dirige al mostrador corriendo. 

Vuelve con únicamente un par de buñuelos en una bolsita. Le da uno a su marido y comienza ella a mordisquear el suyo, con aire de culpabilidad. Su marido, vencido por la curiosidad, tiene que preguntar:

– ¿Por qué solo dos buñuelos?- Este señor tendrá unos setenta años. Suena como un niño de cuatro.

– ¡Sesenta céntimos por cada buñuelo! ¡No se van a hacer ricos a mi costa!

El anciano deja el último pedacito en el plato. Limpia sus gafas con un papel que saca del bolsillo de la chaqueta. Justo antes de retomar el último bocado, su mujer le dice:

– Saboréalo, que no voy a comprar más.

Se come el último trozo y suspira «Ay…».

Luego seguimos oyendo la lluvia.