El balcón en invierno

Una de las cosas que me resultan difíciles al escribir es narrar con precisión los sueños, de manera que el lector tenga interés por un pasaje que solo está en la mente del personaje, que es puro simbolismo y que puede parecer un recurso fácil para indagar en su pasado. No soy muy amigo de la narración extensa de sueños en literatura. Sin embargo, acabo de leer esta novela que os presento con la sensación de estar leyendo un sueño prolongado, sabiendo que todo lo que el autor nos cuenta es cierto, pero al mismo tiempo con la increíble sensación de sumergirme en una mezcla de recuerdos, nostalgia e impresiones que pertenecen a un pasado tan remoto, tanto para el autor como para nuestra forma de vivir, que todo parece un gigantesco relato mítico, de realidades que sucedieron hace unos años y ya parece que se pierdan en la noche de los tiempos.

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Luis Landero

«El balcón en invierno» es una colección de recuerdos del autor de una viveza extraordinaria, sin la pretensión de formar una autobiografía extensa, ni de ordenar lo que sucedió primero antes de lo que sucedió después, ni mucho menos de contar lo que el lector podría pensar que fueron los pasajes más importantes de la vida del autor. Luis Landero no cuenta bodas por todo lo alto o nacimientos, pero sí el momento en que una pariente pobre regala una naranja a cada uno de los niños que van a visitarla, momento en que sabe que está recibiendo uno de los presentes con más sentimiento y auténticos que recibirá en su vida, viniendo de una persona muy pobre que apenas tiene para sobrevivir. Tampoco nos cuenta las grandes alegrías que debió llevarse con el éxito de sus novelas a lo largo de los años, sino que se centra en las historias de su abuela junto al fuego, las excentricidades de su primo inventor o las sensaciones que le producía el sonido de los pasos y el bastón de su padre. Nos habla de cómo le cambió la vida un determinado libro y, en lugar de narrarnos todos los pormenores de un amor de juventud, como leeríamos en cualquier otra autobiografía, nos explica cómo era un profesor que le fue iniciando en el canon literario y su alegría tras localizarlo veinte años después.

Luis Landero nos sumerge en los momentos más auténticos de una vida, que no son los que nosotros esperamos, sino los que marcaron la infancia del autor. Con un léxico exquisito, lleno de palabras que ya se han perdido, lugares que pocos recuerdan y un modo de vivir del campo y sus costumbres, que tristemente ya pertenecen a un pasado que nos resulta mucho más remoto de lo que en realidad es, «El balcón en invierno» sobrecoge por su belleza sencilla, su veracidad sin ínfulas, su maestría en el narrar lo cotidiano. Una de las mejores novelas escritas en lengua castellana que he tenido el placer de leer.

 

Buñuelos de viento

Esta mañana entro en una cafetería, justo cuando la lluvia comienza a arreciar. Pido un café con leche y unas tostadas y leo tranquilamente mientras aguardo el desayuno. Un matrimonio de personas muy mayores ocupan la mesa de al lado. Están terminando sus cafés y escuchando el ruido de la lluvia. A la señora se le ilumina el rostro y pronuncia en voz alta «¡Buñuelos!», tras lo cual se dirige al mostrador corriendo. 

Vuelve con únicamente un par de buñuelos en una bolsita. Le da uno a su marido y comienza ella a mordisquear el suyo, con aire de culpabilidad. Su marido, vencido por la curiosidad, tiene que preguntar:

– ¿Por qué solo dos buñuelos?- Este señor tendrá unos setenta años. Suena como un niño de cuatro.

– ¡Sesenta céntimos por cada buñuelo! ¡No se van a hacer ricos a mi costa!

El anciano deja el último pedacito en el plato. Limpia sus gafas con un papel que saca del bolsillo de la chaqueta. Justo antes de retomar el último bocado, su mujer le dice:

– Saboréalo, que no voy a comprar más.

Se come el último trozo y suspira «Ay…».

Luego seguimos oyendo la lluvia.