Pizarnik

Alejandra se suicidó

a los treinta y seis años.

Dejó póstumos unos versos ajenos:

En el centro puntual de la maraña,

Dios, la araña.

Las palabras del ciego quedan manuscritas,

revelan cómo Alejandra habitó la tela.

Escribió Cenizas o Cuarto solo,

y otros poemas invadidos de luz

o que proyectaban sombras muy largas.

Alejandra sintió serpiente, incendio,

soledad, día, rostro, música,

barcos esperando en el más allá.

Decía que no vivía en serio,

y yo creo que fue culpa de su infancia.

Envuelta en el anhelado fin de llegar a lo profundo,

se fue muy pronto,

llevando la araña en la palma de su mano.

Buenas noches

Buenas noches

a aquellos que vivís con un espíritu guía volando sobre vosotros,

a los que nunca han conocido a nadie

y a los que encontraron la meta demasiado pronto.

Buenas noches y madrugadas

a los constructores de laberintos y a los atrapados en ellos;

fuentes y flores extrañas señalan el camino.

Las noches son frías

para los que se arrepienten y mueren.

Buenas noches,

a aquellos que han descubierto los puntos cardinales,

las medidas exactas de las cosas, su peso y esencia,

y a los que cuentan la misma historia con distinto final.

Buenas noches y madrugadas,

a los desmemoriados, los extraños en casa, los brujos,

los dueños de la conversación cotidiana,

a los gatos y perros callejeros,  a los pájaros en las ramas,

a los que no volveremos a ver

y a los que no dormirán hoy.

Buenas noches a ti y a los colores de otro mundo que te envuelven.

Descansad los consumidos por el odio:

soñad con momentos de paz.

 

 

Las horas de la noche

Nadie puede arrebatarte

ni en la algarabía de ruido,

ni en el profundo silencio,

las horas de la noche.

Existe un recogimiento tuyo,

propiedad de espíritu,

consuelo de trabajo arduo.

Se enreda de madrugada

en hiedra de estrellas viejas

y ramo de historias nuevas.

Nadie puede arrebatarte

la visión distinta y clara,

la guarida oculta y sola

de las horas de la noche.

Engañar al reloj es tan sencillo.

Engañar a los ojos y a las manos.

Abrazar el recuerdo más pequeño.

¡Que se vayan volando tantos pájaros!

Que se vayan volando de uno en uno.

Acaricia el sonido incólume del tiempo

y entrega de ti lo más preciado.

Nadie puede arrebatarte,

ni en la habitación desnuda,

ni en el recóndito sueño,

las horas luminosas

y extrañas

de la noche.

Pájaros tontos

Siempre se filtra un rayo de sol,

aunque nadie lo mire. Entre tanta ruina,

ilumina la piedra rota.

Parece picoteada por pájaros carpinteros tontos,

que siguen equivocándose.

Si los tiempos difíciles al menos fueran felices,

nuestros pasos podrían volver a encontrarse.

A veces con el rayo de luz llega aire

liberado de un yacimiento antiguo; los pájaros tontos

contienen el aliento:

un monstruo saldrá de la cueva.

Nada emerge y hay silencio.

Los tiempos no son difíciles ni felices.

No admiten etiquetas.

Nuestros pasos no volverán a encontrarse.

Espera

Qué difícil

dar cualquier paso.

Vivir sin brújula.

Encontrar los mismos lugares

transitando caminos distintos.

Parece que duela el cuerpo y el espíritu

a partes iguales, con miedos que afectan a ambos.

Son los mismos árboles,

el mismo aire,

y un círculo de madera, piedras y hojas

donde debiera haber un sendero claro.

En lugares donde habitaban nuestras voluntades,

donde levitaban ilusiones

reposan opiniones y recuerdos tristes:

antes repletos de significado,

ahora vacíos. Esperan a la siguiente época,

un nuevo comienzo, otra mirada…

Años de espera.

Descubrir

He descubierto

letras y rincones donde habitan huellas;

lugares de paso en los que alguna señal aún no borrada perdura.

Brillan hondonadas repletas de nieve y ramas.

Entre encrucijadas, mirando el cielo,

en la morada de los espíritus que las gobiernan,

entran en nuestro mundo sendas invisibles

repletas de posibilidades.

Los recuerdos se transforman en las horas diurnas.

El triunfo de los esotéricos: vivencias en nostalgia.

En la quietud de la noche, la verdad de los alquimistas:

nostalgia en sueño.

Teoría de la impregnación

En los lugares en los que se ha querido mucho

o se ha sufrido demasiado

quedan aisladas las vivencias.

Entre sus paredes permanecen abrazos que no han cesado,

gritos, golpes, injusticias.

Hay sensaciones como momentos divertidos y risas que flotan en el aire

desde hace cien años.

Entre el alféizar de la ventana y las puertas de los armarios,

duermen discusiones y juegos.

Estos lugares suelen dar miedo

por lo cotidiana de su naturaleza,

lo humano de su entorno.

Hay personas con agujas en los dedos, que los deslizan

por los surcos de sus muros y hacen brotar la música.

Yo crecí en uno de esos lugares

y todas esas canciones raras me las he llevado conmigo.

Transistor fantasma

Tengo cuentas pendientes.

La más nimia con un hombre cuya cara se me ha olvidado.

Otra, casi un capricho, con quien pasó por mi vida a toda prisa.

Una más grave tiene que ver con sabios muertos hace siglos,

el número exacto de estrellas en el firmamento

y una biblioteca que se quemó.

(Esta daría para un par de cuentos).

Las peores no debo dejarlas por escrito.

Sé que nunca serán saldadas.

Sin haber prescrito, quedarán impunes,

ostentando la categoría de crímenes de guerra.

Lo llaman los expertos lesa humanidad.

Esa música sigue. No puedo acallarla.

Como un transistor a todo volumen, sin posibilidad de armisticio.

Contemplo con pena:

el interruptor es mi vida misma.

Libros

En el agujero de mi zapato

cabe galaxia y media.

Hay una bandeja de verduras en la nevera.

Dará para tres cenas si hay suerte.

Al salir a la calle decido: café o billete de autobús.

(Los dos no puede ser).

Este paquete de arroz vale menos de un euro.

Imagino las estructuras de mi ciudad

desnudas; las vigas de seis toneladas apuntando al cielo,

como si hubiesen vuelto a caer las bombas.

Camino despacio porque he elegido café.

Ayer soñé que la puerta de la alacena se abría sola

y se iba volando una lata de berberechos.

Tenía unas alas pequeñas como las del casco de Astérix.

Llueve,

pero no compraría un paraguas ni aunque fuese rico.

Un niño ha dicho algo a un perro en un idioma incomprensible.

Mi abrigo tiene diez años

y recuerda a más gente de la que recuerdo yo.

De lejos se oye cantar a alguien.

Hoy me he gastado el dinero en libros.

Buhardillas secretas

Hace mucho tiempo que no escribo.

Las palabras esperan escondidas

a tener forma.

Parecen espíritus que se desvanecen si son vistos de frente.

Seres que pueden ser intuidos.

En buhardillas secretas,

arracimadas, duermen la descripción

de un juego complicado, el sabor

de una tarta de chocolate, una conversación

con dos amigos que no he vuelto a ver.

En su escondite no existe el tiempo,

las palabras bailan

en raras combinaciones y dan

sentidos nuevos

a recuerdos viejos.

Bajo la ventana inclinada, las olas del mar en invierno.

Sentadas a la mesa, en reunión perfecta,

la despedida a una mascota,

un libro de cuentos antes de dormir,

el comienzo de una lluvia inesperada al salir del colegio.

Los pasos de las letras crean dibujos en el suelo de madera.

Siluetas y sombras en las paredes,

forman otras frases.

Las mismas palabras en distintas escenas.

En el sillón un columpio que se veía desde mi habitación.

Sobre la lámpara,

noches de otros años.

En buhardillas secretas, se muestran en sueños.

Hace treinta años. Hace unos minutos.

Prohibido llamar a la puerta.

Hace mucho tiempo que no escribo

y han salido las estrellas.

Pienso en esto, sentado

en una silla que hay fuera.