Yo quiero un mundo analógico y no globalizado,
donde el papel gane al cemento cada día,
con paredes que rechacen los relojes,
y en el que conserve al menos una fotografía tuya
de un día anodino y maravilloso.
Allí tendríamos anaqueles repletos de cuentos,
más o menos como en el mundo de ahora, dirías,
y saldríamos a la calle a mirar las cosas de siempre,
mas tendrían otro significado
imaginado,
de terquedad diáfana, tranquilo, nuestro,
sin que sonara la pavana triste de los lunes,
sin remover una libertad inmerecida,
sin observar el vaivén de lo empezado,
podríamos hablar sin palabras.
Yo cerraría los cuadernos y no volvería a escribir.
Tú harías lo que sea que hagan los muertos cuando vuelven.