Ahora es posible escribirlo, pronunciarlo: nadie me conoce.
Sumergido a tal profundidad,
colgado de hilos transparentes.
Los días claros son limpios y reflejan un futuro
contado en prosa.
Los días oscuros, de lluvia, se empañan
y cargan el aire de un pasado remoto.
Por fin es posible decirlo en voz alta:
nadie me conoce.
Como la gente que mira una película con las manos
tapando parcialmente sus ojos,
queda el quehacer de cada día, vislumbrar el presente.
Miramos las paredes, nuestros brazos,
las piedras y los animales,
son restos de la misma tarea,
querer y volver a querer.
Con libertad hoy puedo decirlo: nadie me conoce.
Moraban los hombres sin rostro
un mundo entero que fue mío,
cuando no sabía leer ni escribir.
Si hoy pudiera verles, me hablarían sin voz:
demasiado tarde.