En los lugares en los que se ha querido mucho
o se ha sufrido demasiado
quedan aisladas las vivencias.
Entre sus paredes permanecen abrazos que no han cesado,
gritos, golpes, injusticias.
Hay sensaciones como momentos divertidos y risas que flotan en el aire
desde hace cien años.
Entre el alféizar de la ventana y las puertas de los armarios,
duermen discusiones y juegos.
Estos lugares suelen dar miedo
por lo cotidiana de su naturaleza,
lo humano de su entorno.
Hay personas con agujas en los dedos, que los deslizan
por los surcos de sus muros y hacen brotar la música.
Yo crecí en uno de esos lugares
y todas esas canciones raras me las he llevado conmigo.